miércoles, 25 de abril de 2012

El Humanismo como utopía real Problemas patológicos del hombre en la sociedad moderna



El Humanismo como utopía real

Problemas patológicos del hombre en la sociedad moderna.

Está muy difundida la idea de que todas las necesidades humanas quedarían satisfechas sólo con que triunfasen los métodos modernos de producción. El hombre sería feliz y tendría una mente sana  si tuviese lo suficiente para comer, largo tiempo de asueto y un constante aumento de la posibilidad de consumir.
El carácter del hombre ha sido moldeado por las exigencias de un mundo que él mismo ha edificado con su mano. En el sigo XX, la orientación caracterológica del hombre muestra una enajenación considerable y una identificación con los valores del mercado. Ciertamente, el hombre contemporáneo es pasivo durante la mayor parte de su asueto. Es el eterno consumidor. El mundo es para él un enorme objeto para satisfacer sus apetitos: una botella grande, una manzana grande, una teta grande… siempre espera algo y es siempre decepcionado.  Y cuando no es consumidor, es mercader. Su libertad es la de producir y vender. En el mercado no solo se ofrecen y venden mercancías: también el trabajo y el hombre mismo se ha convertido en mercancía.
Sin embargo no solo el mercado lo que determina el carácter del hombre moderno. Hay otro factor directamente relacionado con la función del mercado, que es el modo de producción industrial. Y los gigantes de la industria son manejados por una burocracia profesional más interesada por el buen funcionamiento y la expansión de su empresa que por el afán personal de lucro.
¿Qué tipo de hombre, pues requiere nuestra sociedad para poder funcionar bien, sin roces? Necesita hombres que se crean libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad, ni principio, ni moral, pero que estén dispuestos a recibir órdenes, que hagan lo que se espera de ellos y que encajen sin estridencias en la maquinaria social. Éste tipo de hombre que ha conseguido producir el industrialismo moderno: es un autómata, un hombre enajenado. Sus energías vitales se han transformado en cosas e instituciones, y estos a su vez en ídolos.
La enajenación y futilidad del trabajo tienen como consecuencia el anhelo de una pereza total. El hombre odia su vida laboral porque le hace sentirse preso y estafador. Su ideal llega a ser una ociosidad absoluta, por la que no tenga que mover un dedo.
El hombre enajenado, aislado, está atemorizado: no sólo porque la enajenación y el aislamiento provocan angustia, sino también por causa de una razón particular. El sistema industrial burocrático tal como se ha desarrollado especialmente en las grandes empresas, provoca angustia: en primer lugar, por la discordancia entre el tamaño de la entidad social y la pequeñez de un solo individuo; y además por la inseguridad general que este sistema provoca en casi todos.
La producción económica no debe ser un fin en sí mismo, sino solamente un medio para lograr una vida humanamente más rica. Será una sociedad en la que el hombre será mucho, no una sociedad en la que el hombre tendrá mucho.

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