ESPIRITU
Y SOCIEDAD
Erich Fromm
(VI obra póstuma)
c) La relación esencial
Si queremos definir qué se entiende por “relación esencial, dice Fromm,
resulta difícil, porque ésta, o la experimentamos o no la experimentamos. Pero si queremos expresarlo con palabras, es
como la diferencia entre experimentar mi “yo” como un ego, como un objeto; y la
experiencia del “yo” como la de un sujeto activo de mis facultades, la
experiencia por la que me olvido de mí mismo, aunque yo sea más plenamente yo
mismo al expresarme.
Fromm encuentra que el símbolo más natural y convincente de esto es el
amor sexual, porque en el acto de la relación sexual, el hombre y la mujer se
olvidan de sí mismos y cuando esto no es así, él resulta impotente y ella
frígida. Además, el hecho de que dos
personas duerman juntas, no significa que mantengan una relación esencial.
Otra característica de la “relación esencial” es que no es superficial, y
que supone estar verdaderamente interesados por el otro. Podemos tener interés, escuchar con atención,
y sin embargo seguir estando fuera de este otro, tal como con toda legitimidad
piensa el fisiólogo en el conejo, y el químico en el fluido, es decir: son cosas del mayor interés, son objeto de
gran concentración, pero siguen estando ahí fuera, mientras uno está aquí.
Por otra parte, si yo veo realmente a otro y en él me veo realmente a mí
mismo, dejo de juzgar, es decir, si verdaderamente vemos a una persona, aunque
sea el peor villano, y en ese momento vemos lo que nosotros somos, en ese
momento dejamos de juzgar (al otro) y a la vez dejamos de sentirnos culpables
por lo que nosotros somos (y que en este momento vemos en él). Y, si uno ve lo que uno es, en ese momento deja
de sentirse culpable, porque tiene este sentimiento: “Soy yo”.
No es cuestión de tolerancia, sino de algo muy distinto. En el momento en que uno se ve a sí mismo, o
ve a otro plenamente, no juzga, porque se halla embargado por el sentimiento y
la experiencia “así que eres tú”, y también por la experiencia “Y, ¿quién eres
tú para juzgar?”. A Fromm, el budismo
zen le sirvió mucho para superar una actitud de juzgar que le venía de sus
antecedentes bíblicos.
Pero, al lograr ver realmente al otro, en ese momento no sólo ocurre que
dejamos de juzgar, sino que ganamos también cierto sentido de unión, de
participación, de identidad. Se
vivencia un sentimiento de solidaridad humana cuando una o las dos personas
pueden decirse “así eres tú cuando yo lo comparto contigo”. Aparte del amor pleno, es la experiencia más
satisfactoria, más maravillosa y más vivificante que pueda darse entre dos
personas.
d) En la relación terapéutica
En el momento que eso sucede, el paciente ya no se siente aislado, pues
siente que lo comparto con él, que yo puedo decir “eres tú” y puedo decirlo sin
cortesía, ni descortesía. Esto le
reporta un gran alivio a su aislamiento.
Una vez que hablemos al paciente desde nuestra experiencia y con este
tipo de relación, podemos decirle cualquier cosa sin que se sienta ofendido. Y a veces intentamos ocultar lo que de
nosotros no quisiéramos revelar al paciente porque nos desagrada y resulta que
en realidad, el paciente lo ha sabido siempre, aunque no se permite saberlo de
manera consciente.
Freud simbolizó en el espejo el desapego del psicoanalista, esto es, la
llamada actitud científica de laboratorio.
Pero el símbolo del espejo se ha empleado a menudo en un sentido
diferente. El espejo es lo que todo lo
recibe y no retiene nada, y Fromm cree que efectivamente un factor esencial de
este tipo de relación es que uno como analista, lo recibe todo y no quiere
retener nada. Yo estoy, dice Fromm,
completamente abierto a él y todo lo que le prometo es esto: “cuando usted
venga, yo estaré completamente abierto a usted y le responderé con todas las
cuerdas mías que las cuerdas suyas hayan tocado”. Agrega que esto es todo lo que podemos
prometer, y es una promesa que sí podemos cumplir. No podemos cumplir la promesa de que lo
curaremos, no podemos cumplir ni siquiera la promesa de que lo entenderemos
todo, pero sí podemos cumplir la promesa de estar completamente abiertos y
de responder.
Nosotros, los psicoanalistas, además de estar interesados en el paciente
debemos estar relacionados con él, y esto último es lo único que importa. La diferencia entre estar interesados y estar
relacionados con el paciente, se entiende si hemos conocido la diferencia entre
gustarnos alguien, estar interesados por alguien, y la plena relación esencial
con una persona ante la cual sentimos verdaderamente el “eres tú”. En la relación terapéutica, debemos olvidar
que nosotros somos el médico, que nosotros tenemos que ser los sanos y sólo el
paciente el enfermo. Y eso no debemos
olvidarlo, pero a la vez debemos olvidarlo. Porque mientras yo esté creyendo que yo soy
normal y él está chiflado, no podré ver que somos iguales, a pesar de que, al
mismo tiempo, no seamos iguales. Además,
mientras piense que yo lo estoy curando, no experimentaré plenamente la
situación de estar relacionado.
e) La comprensión del paciente
en su totalidad
Ver al paciente significa verlo como a una persona que es protagonista de
un drama, que ha nacido con ciertas cualidades, que ha luchado y ha sobrevivido
a esta lucha con toda dificultad, pero habiendo encontrado en ella sus
especiales y peculiares soluciones individuales a la vida. En efecto, el nacer plantea un problema,
porque la existencia humana es contradictoria.
Y no hay más que unas cuantas soluciones a este problema, los diversos
tipos de soluciones regresivas y la solución progresiva. Fromm asegura que no hay más de seis u
ocho. El y los demás humanistas saben
cómo ha reaccionado siempre el género humano a este problema.
Así, debemos comprender la existencia de cada persona como un drama en el
que da su buena o mala solución particular al problema de la vida. Y hemos de comprender la solución total que
le da. Esta puede ser la regresión
completa al seno materno, la
de permanecer en el pecho materno, la obediencia a los mandatos del padre, y la
progresiva, que consiste en el pleno desarrollo de las facultades humanas.
Debe
entenderse que la solución que un hombre da al problema de la vida no toma un
poco de aquí y un poquito de allá. Es
una totalidad, es siempre una estructura.
Y sólo podemos comprender a ese hombre comprendiendo la estructura total
de la solución que da a la existencia, ya sea que este hombre sea psicótico, o neurótico, o lo que se llama
sano. Desde la primera hora de consulta
debiéramos preguntarnos “cuál es el
argumento del drama” y toda persona se vuelve extraordinariamente
interesante cuando entendemos su drama.
f) La comprensión de lo
inconsciente social
Fromm
afirma que uno no puede separar su modo de relación con el paciente, de su modo
de relación con las personas en general, de modo que si uno es ingenuo y ciego
con sus conocidos y con todo el mundo, será exactamente igual de ingenuo y
ciego con sus pacientes. La manera de
relacionarse es una facultad, toda una orientación, es algo que está en
nosotros y no en el objeto. Si estoy
preso de la ficción y de la irrealidad en cuanto a las demás personas en
general, igual de preso en la ficción estaré respecto del paciente dice
Fromm. Lo cual quiere decir también
otra cosa: que si verdaderamente queremos comprender lo inconsciente, eso que
existe pero que el filtro social, no permite que emerja a la conciencia, tenemos
que sobrepasar el marco de referencia de nuestra sociedad, es decir: sólo
podemos comprender plenamente lo inconsciente siendo críticos, de otra
forma sólo comprenderemos una pizca extra de miedo, una pizca extra de
angustia, o una pizca extra de enajenación, pero esta pizca no basta para comprender
a una persona. Por otra parte, es muy
necesario comprender otras sociedades y otras culturas, desde las
primitivas hasta las civilizadas, para comprender y ver sencillamente otras
posibilidades de estructuras y experiencias que para nosotros son
inconscientes. Como caso ilustrativo de
esto último Fromm cita a los bersekers,
una tribu germana de la Edad Media, cuyo nombre significa literalmente “camisas
de oso”. El fin de esta sociedad era
transformar a sus miembros iniciados en animales de presa, en osos, y esta era
la suprema realización espiritual, volver a ser animal. Y la señal de haberlo conseguido era la
furia más grande que una persona pueda mostrar, una furia frenética. Pero se trataba de una cosa muy consciente,
porque en esta furia frenética creía haberse desprendido de todo lo humano y
haberse convertido en animal, lo que fue su vida primitiva. Si pensamos en que de los “camisas de osos” a
los “camisas pardas” habían transcurrido sólo mil quinientos años, y si
pensamos que un hombre como Hitler, con su particular locura: sus frenéticas
furias eran uno de sus rasgos más característicos.
De
lo anterior concluye Fromm que si queremos ver a una persona que tiene una furia
frenética y conocemos los antecedentes antes mencionados de sus ancestros,
entonces veremos que esa furia frenética no sólo es una curiosa rareza suya, y
hablaremos de la agresividad y destructividad de su madre, etc., sino que se
trata de una solución al problema de la vida.
Es una religión oculta, particular.
4. Aspectos de la labor
terapéutica
a) Estimar las
posibilidades de reforma del paciente
El
fin de un psicoanálisis es comprender lo que hay de disociado en un paciente y
ayudarlo a que él lo comprenda, pero ¿tenemos un plan? pregunta Fromm, y al
mismo tiempo responde que lo primero que debemos hacer los analistas es no sólo
escuchar al paciente, sino entrar en situación, unirse a él, comprometerse con
él.
Aparte
de esto, lo primero es formarnos una idea de qué iba a devenir esta persona y
qué ha hecho de él su neurosis. Fromm,
opina que nacemos con una personalidad muy definida, que la experiencia puede
torcer, así como un manzano que crece bien está destinado a dar buenas manzanas
y no peras.
La
neurosis es una deformación particular de cada ser humano, y no como se suele
suponer, que todos nacemos poco más o menos iguales y que la neurosis es una
deformación del modelo objetivo del hombre, igual para todos. De esta forma, el bienestar significa para él
la restauración de su personalidad específica
Aunque
parezca una paradoja, dice Fromm que todos somos iguales y, sin embargo, todos
somos perfectamente diferentes. Pero, si creo que por comprender al paciente,
su desarrollo hará de él una persona semejante a mí, es que ¡NO HE COMPRENDIDO
NADA¡
Con otras
palabras, debemos tener un cuadro de él, y este cuadro de él tiene que basarse
en una teoría. Estoy defendiendo, dice
Fromm que deben tener ustedes un cuadro de referencia y ni crean que pueden
comprender de veras profundamente a nadie si no es sobre la base de un modelo
del hombre, sea freudiano u otro.
En tercer
lugar, trataremos de ver qué probabilidades hay de reforma fundamental. Esto
depende de factores como la vitalidad, su grado de padecimiento, las
circunstancias de vida que promovieron, o inhibieron el desarrollo del sujeto,
su grado de autenticidad, su nivel de resistencia y sus dotes morales. Hay sujetos que son menos morales que otros
pero no porque sean amorales por naturaleza, sino porque para ser morales,
necesitan que las circunstancias les sean más favorables que lo común. Desde la segunda o tercera sesión, podemos
probar el grado de existencia de estas dotes haciendo observaciones que hieran
alguna fibra. Y podemos hacerlo de
pasada, para ver cuál es la reacción del paciente. Si lo hacemos cinco veces, diez veces,
durante los cinco primeros meses, podremos formarnos una idea bastante buena de
qué probabilidades tendrá el tratamiento psicoanalítico.
Hay que
valorar también qué fuerza tienen sus principales represiones y resistencias,
para evaluar la factibilidad de la aplicación del análisis. Hay un método, que es el de la satisfacción
simbólica, pero sólo le es útil al paciente en el sentido de poder continuar
viviendo, pero con este método no llegaremos nunca al despertar final del
paciente, porque éste no puede pasar de cierto nivel.
El
psicoanálisis debe empezar ofreciendo al paciente una estimación sincera y
realista. El psicoanalista debe ser
sincero con él porque en caso contrario, no estimulará las energías del paciente
que luchan por la salud, al impedirle comprender la gravedad de la situación.
b) Limitaciones de los psicoanalistas
En sus
múltiples supervisiones y seminarios de formación, Fromm observó que uno de los
principales y más frecuentes fallos de los psicoanalistas jóvenes es que se
encuentran asustados del paciente, y con razón, pues es muy poco lo que
sabemos. Pero por otro lado captamos la magnitud del problema al que nos
enfrentamos. Estamos asustados y a la
defensiva, y esto nos puede llevar a asegurar al paciente que sí podemos
ayudarlo. Fromm no está en contra de
darle este aseguramiento, pero dice que debemos ser conscientes de la magnitud
de la empresa. Si somos conscientes de
todo esto, nos encontraremos menos asustados, dice. No tenemos ninguna razón ni motivo para
engañar al paciente con un aire y una actitud de que todo es facilísimo, sólo
con tal de qué él acuda a consulta.
En este aspecto, no debemos imitar al médico general. Nosotros no estamos en la misma situación de
un médico, sino en una enteramente distinta, porque en cada caso nos
enfrentamos a una enfermedad dificilísima.
A los psicoanalistas, dice nos pasa lo mismo que a los pastores
protestantes, tenemos un duda inconfesada, pues Fromm ha descubierto que
muchísimos analistas no creen de veras en lo inconsciente, pero tiene que
aparentar que creen en su existencia, igual que el pastor tiene que sostener
que cree en Dios, so pena de ser echado de la parroquia. Esto da lugar en ambos de un constante y
pasmoso sentimiento de culpabilidad por engañarse a sí mismos, por engañar al
paciente y uno se dice “¡Válgame Dios, si yo estoy mucho más enfermo que él y
no mejoro nunca”; y además “Eso de lo inconsciente, en realidad, yo no lo he
experimentado nunca”.
La verdad es que muchos estudiantes no han conocido a nadie que haya
sufrido una reforma definitiva por haber descubierto su inconsciente o por
haberse comprendido a sí mismos. Y hay
mucho de engañarse a sí mismos, de sentimientos de culpabilidad, de doblez, y eso
no es analizar. Es
importantísimo que reflexionemos
profundamente sobre esto, y quizá algunos decidan mejor dedicarse a otra cosa
porque resulta una carga muy pesada de sobrellevar, el pastor predicando a Dios
sin creer en Él, y el analista sin creer en todo lo inherente al psicoanálisis.
En resumen, Fromm encuentra muchísima falta de franqueza íntima en estas
cuestiones, muchísimas dudas, y toda clase de dobleces, y evasiones. Lo mejor si no se cree en lo que uno hace, es
comprenderlo y resolverlo; aclarándolo y no descartándolo de manera “elegante”
diciéndose que es obvio que todos creemos en lo inconsciente.
C) Factores y efectos del
proceso terapéutico
Un factor importante lo es la creación
de la situación analítica, lo cual
requiere crear un espacio tan limpio como el de una sala de operaciones, una
situación en la que no haya vergüenza ni engaño. No se debe decir una palabra o dirigir una
sonrisa que sean corteses, o convencionales, o fingidas. El paciente, al llegar a consulta, debe
sentir que ha entrado en un mundo distinto del habitual.
Ahora bien ¿cómo podemos ayudar al paciente a hacer consciente lo
inconsciente? En primer lugar evitando toda clase de
intelectualización. Algunos con el
fin de evitar esto optan por no hablar, y otros hablan tanto como los otros
callan, que finalmente sólo sirve al paciente para hacer lo que ha estado
haciendo toda la vida: intelectualizar sus problemas en lugar de
sentirlos. La misión del
psicoanálisis es hacer que el paciente sienta algo, no que piense más. Por tanto, la función del psicoanalista, es
desde un principio evitar por su parte todo tipo de apoyo y consuelo,
así como la tendencia a intelectualizar y a sustituir con palabras, ideas y
conceptos la experiencia.
En segundo lugar, Fromm considera de suma importancia que en general
cuando el analista vea algo, lo diga, que
diga la verdad con toda claridad, la media verdad no le hace efecto; si uno
le dice sólo media verdad pensando que no podría soportar la verdad entera
(porque estemos pensando que tal vez no está preparado, cuando en verdad el que
no está preparado es el psicoanalista), el paciente ni se inmuta.
Se comprende que hay situaciones y personas con las que uno ha de sopesar
con cuidado sus palabras, en caso de intensa angustia, en estados
prepsicóticos. Si realmente comprendemos
algo de lo inconsciente, por decirlo así, hemos de tomar una decisión. Fromm está convencido de que es eso, al
menos, dice, eso es lo que él ve, aunque no sea de sentido común.
Muchos psicoanalistas, continúa diciendo Fromm, tenemos la tendencia a
hacernos la vida lo más cómoda posible, y considera como algo muy peligroso, el
que no queramos arriesgarnos a expresar un juicio que vaya contra el sentido
común, contra lo convencional, y que nos lo callemos porque creamos que podría
disgustar al paciente.
Otro aspecto muy importante del psicoanálisis es el romper la resistencia y es una de las cosas que se deben hacer
sistemáticamente: cortar una retirada tras otra hasta arrinconar al
paciente. Colocarlo en una situación en
la que se encuentre obligado a sentir algo, o interrumpa el tratamiento y no
vuelva nunca más. Pero, dice Fromm, si
podemos arrinconar al paciente, es porque nosotros vamos con él, y él lo sabe,
él siente de veras la solidez y la realidad de nuestra relación con él.
Pero ¿qué ocurre si el paciente entra en relación con algo que tenía
disociado? Fromm cree que a partir de ese momento se tiene una sensación de
aumento de vitalidad, de gozo y de alegría, independientemente de si el asunto
era de lo más embarazoso o no.
Sencillamente, es que el paciente ha entrado en relación con un
fragmento de realidad suya.
Una vez que algo se ha alterado realmente, hay un incremento de energía,
y vemos como una niebla que se va y vuelve; pero tres días después hay niebla
otra vez, y tenemos que volver a abrirnos camino, es decir tenemos que
volver a combatir la resistencia.
Este trabajo se llama elaboración
y toma su tiempo. De todos modos,
dice Fromm, el síntoma de un descubrimiento analítico no es un síntoma
intelectual. Pero si se marcha con un
sentimiento de regocijo, de aumento de la vitalidad, y nos deja a nosotros
(los analistas) ese mismo sentimiento, sabremos que verdaderamente se ha
hecho algo analítico.
Sólo hay un criterio para saber si una consulta ha sido satisfactoria o
no, este es es si la consulta ha resultado interesante para el paciente y para
nosotros. Y Fromm concluye diciendo que
muchos años antes de que el presente ensayo hubiera sido escrito, la mayor
excepción fue que él se aburriera, aunque hubiera estado cansado. Y resume que lo mismo es de malo si el
paciente se aburre, ya que no se pueden separar las dos cosas: si el paciente
se aburre, nosotros nos aburrimos y viceversa.