martes, 1 de mayo de 2012

ESPIRITU Y SOCIEDAD




 ESPIRITU Y SOCIEDAD

Erich Fromm

(VI obra póstuma)


c) La relación esencial

Si queremos definir qué se entiende por “relación esencial, dice Fromm, resulta difícil, porque ésta, o la experimentamos o no la experimentamos.   Pero si queremos expresarlo con palabras, es como la diferencia entre experimentar mi “yo” como un ego, como un objeto; y la experiencia del “yo” como la de un sujeto activo de mis facultades, la experiencia por la que me olvido de mí mismo, aunque yo sea más plenamente yo mismo al expresarme.

Fromm encuentra que el símbolo más natural y convincente de esto es el amor sexual, porque en el acto de la relación sexual, el hombre y la mujer se olvidan de sí mismos y cuando esto no es así, él resulta impotente y ella frígida.  Además, el hecho de que dos personas duerman juntas, no significa que mantengan una relación esencial.

Otra característica de la “relación esencial” es que no es superficial, y que supone estar verdaderamente interesados por el otro.  Podemos tener interés, escuchar con atención, y sin embargo seguir estando fuera de este otro, tal como con toda legitimidad piensa el fisiólogo en el conejo, y el químico en el fluido, es decir:   son cosas del mayor interés, son objeto de gran concentración, pero siguen estando ahí fuera, mientras uno está aquí.

Por otra parte, si yo veo realmente a otro y en él me veo realmente a mí mismo, dejo de juzgar, es decir, si verdaderamente vemos a una persona, aunque sea el peor villano, y en ese momento vemos lo que nosotros somos, en ese momento dejamos de juzgar (al otro) y a la vez dejamos de sentirnos culpables por lo que nosotros somos (y que en este momento vemos en él). Y,  si uno ve lo que uno es, en ese momento deja de sentirse culpable, porque tiene este sentimiento: “Soy yo”.

No es cuestión de tolerancia, sino de algo muy distinto.  En el momento en que uno se ve a sí mismo, o ve a otro plenamente, no juzga, porque se halla embargado por el sentimiento y la experiencia “así que eres tú”, y también por la experiencia “Y, ¿quién eres tú para juzgar?”.  A Fromm, el budismo zen le sirvió mucho para superar una actitud de juzgar que le venía de sus antecedentes bíblicos.

Pero, al lograr ver realmente al otro, en ese momento no sólo ocurre que dejamos de juzgar, sino que ganamos también cierto sentido de unión, de participación, de identidad.   Se vivencia un sentimiento de solidaridad humana cuando una o las dos personas pueden decirse “así eres tú cuando yo lo comparto contigo”.  Aparte del amor pleno, es la experiencia más satisfactoria, más maravillosa y más vivificante que pueda darse entre dos personas.

d) En la relación terapéutica

En el momento que eso sucede, el paciente ya no se siente aislado, pues siente que lo comparto con él, que yo puedo decir “eres tú” y puedo decirlo sin cortesía, ni descortesía.  Esto le reporta un gran alivio a su aislamiento.

Una vez que hablemos al paciente desde nuestra experiencia y con este tipo de relación, podemos decirle cualquier cosa sin que se sienta ofendido.  Y a veces intentamos ocultar lo que de nosotros no quisiéramos revelar al paciente porque nos desagrada y resulta que en realidad, el paciente lo ha sabido siempre, aunque no se permite saberlo de manera consciente.

Freud simbolizó en el espejo el desapego del psicoanalista, esto es, la llamada actitud científica de laboratorio.  Pero el símbolo del espejo se ha empleado a menudo en un sentido diferente.   El espejo es lo que todo lo recibe y no retiene nada, y Fromm cree que efectivamente un factor esencial de este tipo de relación es que uno como analista, lo recibe todo y no quiere retener nada.  Yo estoy, dice Fromm, completamente abierto a él y todo lo que le prometo es esto: “cuando usted venga, yo estaré completamente abierto a usted y le responderé con todas las cuerdas mías que las cuerdas suyas hayan tocado”.  Agrega que esto es todo lo que podemos prometer, y es una promesa que sí podemos cumplir.  No podemos cumplir la promesa de que lo curaremos, no podemos cumplir ni siquiera la promesa de que lo entenderemos todo, pero sí podemos cumplir la promesa de estar completamente abiertos y de responder.

Nosotros, los psicoanalistas, además de estar interesados en el paciente debemos estar relacionados con él, y esto último es lo único que importa.  La diferencia entre estar interesados y estar relacionados con el paciente, se entiende si hemos conocido la diferencia entre gustarnos alguien, estar interesados por alguien, y la plena relación esencial con una persona ante la cual sentimos verdaderamente el “eres tú”.  En la relación terapéutica, debemos olvidar que nosotros somos el médico, que nosotros tenemos que ser los sanos y sólo el paciente el enfermo.  Y eso no debemos olvidarlo, pero a la vez debemos olvidarlo.   Porque mientras yo esté creyendo que yo soy normal y él está chiflado, no podré ver que somos iguales, a pesar de que, al mismo tiempo, no seamos iguales.  Además, mientras piense que yo lo estoy curando, no experimentaré plenamente la situación de estar relacionado.

e) La comprensión del paciente en su totalidad

Ver al paciente significa verlo como a una persona que es protagonista de un drama, que ha nacido con ciertas cualidades, que ha luchado y ha sobrevivido a esta lucha con toda dificultad, pero habiendo encontrado en ella sus especiales y peculiares soluciones individuales a la vida.   En efecto, el nacer plantea un problema, porque la existencia humana es contradictoria.   Y no hay más que unas cuantas soluciones a este problema, los diversos tipos de soluciones regresivas y la solución progresiva.  Fromm asegura que no hay más de seis u ocho.  El y los demás humanistas saben cómo ha reaccionado siempre el género humano a este problema.  

Así, debemos comprender la existencia de cada persona como un drama en el que da su buena o mala solución particular al problema de la vida.  Y hemos de comprender la solución total que le da.  Esta puede ser la regresión completa al seno materno, la de permanecer en el pecho materno, la obediencia a los mandatos del padre, y la progresiva, que consiste en el pleno desarrollo de las facultades humanas.

Debe entenderse que la solución que un hombre da al problema de la vida no toma un poco de aquí y un poquito de allá.  Es una totalidad, es siempre una estructura.  Y sólo podemos comprender a ese hombre comprendiendo la estructura total de la solución que da a la existencia, ya sea que este hombre sea  psicótico, o neurótico, o lo que se llama sano.  Desde la primera hora de consulta debiéramos preguntarnos “cuál es el argumento del drama” y toda persona se vuelve extraordinariamente interesante cuando entendemos su drama.


f) La comprensión de lo inconsciente social

Fromm afirma que uno no puede separar su modo de relación con el paciente, de su modo de relación con las personas en general, de modo que si uno es ingenuo y ciego con sus conocidos y con todo el mundo, será exactamente igual de ingenuo y ciego con sus pacientes.  La manera de relacionarse es una facultad, toda una orientación, es algo que está en nosotros y no en el objeto.  Si estoy preso de la ficción y de la irrealidad en cuanto a las demás personas en general, igual de preso en la ficción estaré respecto del paciente dice Fromm.    Lo cual quiere decir también otra cosa: que si verdaderamente queremos comprender lo inconsciente, eso que existe pero que el filtro social, no permite que emerja a la conciencia, tenemos que sobrepasar el marco de referencia de nuestra sociedad, es decir: sólo podemos comprender plenamente lo inconsciente siendo críticos, de otra forma sólo comprenderemos una pizca extra de miedo, una pizca extra de angustia, o una pizca extra de enajenación, pero esta pizca no basta para comprender a una persona.    Por otra parte, es muy necesario comprender otras sociedades y otras culturas, desde las primitivas hasta las civilizadas, para comprender y ver sencillamente otras posibilidades de estructuras y experiencias que para nosotros son inconscientes.   Como caso ilustrativo de esto último Fromm cita a los bersekers, una tribu germana de la Edad Media, cuyo nombre significa literalmente “camisas de oso”.  El fin de esta sociedad era transformar a sus miembros iniciados en animales de presa, en osos, y esta era la suprema realización espiritual, volver a ser animal.   Y la señal de haberlo conseguido era la furia más grande que una persona pueda mostrar, una furia frenética.  Pero se trataba de una cosa muy consciente, porque en esta furia frenética creía haberse desprendido de todo lo humano y haberse convertido en animal, lo que fue su vida primitiva.  Si pensamos en que de los “camisas de osos” a los “camisas pardas” habían transcurrido sólo mil quinientos años, y si pensamos que un hombre como Hitler, con su particular locura: sus frenéticas furias eran uno de sus rasgos más característicos.   

De lo anterior concluye Fromm que si queremos ver a una persona que tiene una furia frenética y conocemos los antecedentes antes mencionados de sus ancestros, entonces veremos que esa furia frenética no sólo es una curiosa rareza suya, y hablaremos de la agresividad y destructividad de su madre, etc., sino que se trata de una solución al problema de la vida.  Es una religión oculta, particular.

4. Aspectos de la labor terapéutica

a) Estimar las posibilidades de reforma del paciente
El fin de un psicoanálisis es comprender lo que hay de disociado en un paciente y ayudarlo a que él lo comprenda, pero ¿tenemos un plan? pregunta Fromm, y al mismo tiempo responde que lo primero que debemos hacer los analistas es no sólo escuchar al paciente, sino entrar en situación, unirse a él, comprometerse con él.

Aparte de esto, lo primero es formarnos una idea de qué iba a devenir esta persona y qué ha hecho de él su neurosis.   Fromm, opina que nacemos con una personalidad muy definida, que la experiencia puede torcer, así como un manzano que crece bien está destinado a dar buenas manzanas y no peras. 

La neurosis es una deformación particular de cada ser humano, y no como se suele suponer, que todos nacemos poco más o menos iguales y que la neurosis es una deformación del modelo objetivo del hombre, igual para todos.  De esta forma, el bienestar significa para él la restauración de su personalidad específica

Aunque parezca una paradoja, dice Fromm que todos somos iguales y, sin embargo, todos somos perfectamente diferentes. Pero, si creo que por comprender al paciente, su desarrollo hará de él una persona semejante a mí, es que ¡NO HE COMPRENDIDO NADA¡

Con otras palabras, debemos tener un cuadro de él, y este cuadro de él tiene que basarse en una teoría.  Estoy defendiendo, dice Fromm que deben tener ustedes un cuadro de referencia y ni crean que pueden comprender de veras profundamente a nadie si no es sobre la base de un modelo del hombre, sea freudiano u otro.

En tercer lugar, trataremos de ver qué probabilidades hay de reforma fundamental.  Esto depende de factores como la vitalidad, su grado de padecimiento, las circunstancias de vida que promovieron, o inhibieron el desarrollo del sujeto, su grado de autenticidad, su nivel de resistencia y sus dotes morales.  Hay sujetos que son menos morales que otros pero no porque sean amorales por naturaleza, sino porque para ser morales, necesitan que las circunstancias les sean más favorables que lo común.  Desde la segunda o tercera sesión, podemos probar el grado de existencia de estas dotes haciendo observaciones que hieran alguna fibra.  Y podemos hacerlo de pasada, para ver cuál es la reacción del paciente.  Si lo hacemos cinco veces, diez veces, durante los cinco primeros meses, podremos formarnos una idea bastante buena de qué probabilidades tendrá el tratamiento psicoanalítico. 

Hay que valorar también qué fuerza tienen sus principales represiones y resistencias, para evaluar la factibilidad de la aplicación del análisis.  Hay un método, que es el de la satisfacción simbólica, pero sólo le es útil al paciente en el sentido de poder continuar viviendo, pero con este método no llegaremos nunca al despertar final del paciente, porque éste no puede pasar de cierto nivel.

El psicoanálisis debe empezar ofreciendo al paciente una estimación sincera y realista.  El psicoanalista debe ser sincero con él porque en caso contrario, no estimulará las energías del paciente que luchan por la salud, al impedirle comprender la gravedad de la situación.

b) Limitaciones de los psicoanalistas

En sus múltiples supervisiones y seminarios de formación, Fromm observó que uno de los principales y más frecuentes fallos de los psicoanalistas jóvenes es que se encuentran asustados del paciente, y con razón, pues es muy poco lo que sabemos. Pero por otro lado captamos la magnitud del problema al que nos enfrentamos.   Estamos asustados y a la defensiva, y esto nos puede llevar a asegurar al paciente que sí podemos ayudarlo.  Fromm no está en contra de darle este aseguramiento, pero dice que debemos ser conscientes de la magnitud de la empresa.  Si somos conscientes de todo esto, nos encontraremos menos asustados, dice.  No tenemos ninguna razón ni motivo para engañar al paciente con un aire y una actitud de que todo es facilísimo, sólo con tal de qué él acuda a consulta. 

En este aspecto, no debemos imitar al médico general.  Nosotros no estamos en la misma situación de un médico, sino en una enteramente distinta, porque en cada caso nos enfrentamos a una enfermedad dificilísima.   A los psicoanalistas, dice nos pasa lo mismo que a los pastores protestantes, tenemos un duda inconfesada, pues Fromm ha descubierto que muchísimos analistas no creen de veras en lo inconsciente, pero tiene que aparentar que creen en su existencia, igual que el pastor tiene que sostener que cree en Dios, so pena de ser echado de la parroquia.   Esto da lugar en ambos de un constante y pasmoso sentimiento de culpabilidad por engañarse a sí mismos, por engañar al paciente y uno se dice “¡Válgame Dios, si yo estoy mucho más enfermo que él y no mejoro nunca”; y además “Eso de lo inconsciente, en realidad, yo no lo he experimentado nunca”.

La verdad es que muchos estudiantes no han conocido a nadie que haya sufrido una reforma definitiva por haber descubierto su inconsciente o por haberse comprendido a sí mismos.  Y hay mucho de engañarse a sí mismos, de sentimientos de culpabilidad, de doblez, y eso no es analizar.   Es importantísimo  que reflexionemos profundamente sobre esto, y quizá algunos decidan mejor dedicarse a otra cosa porque resulta una carga muy pesada de sobrellevar, el pastor predicando a Dios sin creer en Él, y el analista sin creer en todo lo inherente al psicoanálisis.

En resumen, Fromm encuentra muchísima falta de franqueza íntima en estas cuestiones, muchísimas dudas, y toda clase de dobleces, y evasiones.  Lo mejor si no se cree en lo que uno hace, es comprenderlo y resolverlo; aclarándolo y no descartándolo de manera “elegante” diciéndose que es obvio que todos creemos en lo inconsciente.

C) Factores y efectos del proceso terapéutico

Un factor importante lo es la creación de la situación analítica,  lo cual requiere crear un espacio tan limpio como el de una sala de operaciones, una situación en la que no haya vergüenza ni engaño.  No se debe decir una palabra o dirigir una sonrisa que sean corteses, o convencionales, o fingidas.  El paciente, al llegar a consulta, debe sentir que ha entrado en un mundo distinto del habitual.

Ahora bien ¿cómo podemos ayudar al paciente a hacer consciente lo inconsciente?  En primer lugar evitando toda clase de intelectualización.  Algunos con el fin de evitar esto optan por no hablar, y otros hablan tanto como los otros callan, que finalmente sólo sirve al paciente para hacer lo que ha estado haciendo toda la vida: intelectualizar sus problemas en lugar de sentirlos.  La misión del psicoanálisis  es hacer que el paciente sienta algo, no que piense más.  Por tanto, la función del psicoanalista, es desde un principio evitar por su parte todo tipo de apoyo y consuelo, así como la tendencia a intelectualizar y a sustituir con palabras, ideas y conceptos la experiencia.

En segundo lugar, Fromm considera de suma importancia que en general cuando el analista vea algo, lo diga, que diga la verdad con toda claridad, la media verdad no le hace efecto; si uno le dice sólo media verdad pensando que no podría soportar la verdad entera (porque estemos pensando que tal vez no está preparado, cuando en verdad el que no está preparado es el psicoanalista), el paciente ni se inmuta. 

Se comprende que hay situaciones y personas con las que uno ha de sopesar con cuidado sus palabras, en caso de intensa angustia, en estados prepsicóticos.  Si realmente comprendemos algo de lo inconsciente, por decirlo así, hemos de tomar una decisión.   Fromm está convencido de que es eso, al menos, dice, eso es lo que él ve, aunque no sea de sentido común.

Muchos psicoanalistas, continúa diciendo Fromm, tenemos la tendencia a hacernos la vida lo más cómoda posible, y considera como algo muy peligroso, el que no queramos arriesgarnos a expresar un juicio que vaya contra el sentido común, contra lo convencional, y que nos lo callemos porque creamos que podría disgustar al paciente.

Otro aspecto muy importante del psicoanálisis es el romper la resistencia y es una de las cosas que se deben hacer sistemáticamente: cortar una retirada tras otra hasta arrinconar al paciente.  Colocarlo en una situación en la que se encuentre obligado a sentir algo, o interrumpa el tratamiento y no vuelva nunca más.  Pero, dice Fromm, si podemos arrinconar al paciente, es porque nosotros vamos con él, y él lo sabe, él siente de veras la solidez y la realidad de nuestra relación con él.

Pero ¿qué ocurre si el paciente entra en relación con algo que tenía disociado? Fromm cree que a partir de ese momento se tiene una sensación de aumento de vitalidad, de gozo y de alegría, independientemente de si el asunto era de lo más embarazoso o no.  Sencillamente, es que el paciente ha entrado en relación con un fragmento de realidad suya.

Una vez que algo se ha alterado realmente, hay un incremento de energía, y vemos como una niebla que se va y vuelve; pero tres días después hay niebla otra vez, y tenemos que volver a abrirnos camino, es decir tenemos que volver a combatir la resistencia.   Este trabajo se llama elaboración y toma su tiempo.  De todos modos, dice Fromm, el síntoma de un descubrimiento analítico no es un síntoma intelectual.  Pero si se marcha con un sentimiento de regocijo, de aumento de la vitalidad, y nos deja a nosotros (los analistas) ese mismo sentimiento, sabremos que verdaderamente se ha hecho algo analítico.

Sólo hay un criterio para saber si una consulta ha sido satisfactoria o no, este es es si la consulta ha resultado interesante para el paciente y para nosotros.  Y Fromm concluye diciendo que muchos años antes de que el presente ensayo hubiera sido escrito, la mayor excepción fue que él se aburriera, aunque hubiera estado cansado.  Y resume que lo mismo es de malo si el paciente se aburre, ya que no se pueden separar las dos cosas: si el paciente se aburre, nosotros nos aburrimos y viceversa.

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