Noticias
del día y de todos los días: mueren agentes estadounidenses en manos de narcos,
acusan a sacerdote de secuestrar a joven de 17 años, 57 muertos en 72 horas en
ciudad Juárez, marchan en Oaxaca para exigir un alto a la violencia, marchan
hacia CU grupos indígenas y estudiantes exigiendo ¡No
más violencia! Entre el terrorismo, el narcotráfico, el tráfico de blancas, el
tráfico de órganos, los secuestros, violencia y más violencia, unos cuantos
levantan su voz, hacen saber su inconformidad y actúan… pero sin obtener
resultados.
Lo
que se vive en la sociedad mexicana y en el mundo, pareciera ser un brote de
agresividad sin contención, el bienestar, la búsqueda de la felicidad y del
amor han quedado atrás. Es que, como dice Peter Sloterdijk (2010) en Ira y tiempo “el odio, la ira y la
enemistad irreconciliables han vuelto a emerger de repente entre nosotros” Una
mezcla de fuerzas ajenas, insondable como la voluntad, se ha infiltrado en las
esferas civilizadas”... (1). Pero me pregunto ¿de qué civilización estamos
hablando?, ¿acaso lo que vivimos hoy día es civilizado? Más bien pareciera que
retrocedemos en el tiempo, ahora, la ley del que más tiene (poder y dinero) es
la del más fuerte. No importa si es un funcionario, empresario, político o un
criminal, si tiene poder y dinero, está sobre los demás. Hace no
mucho a finales del 2009, resonó la noticia que la revista
estadounidense “Forbes” ubicó en el medio del ranking de las
personas más poderosas del mundo a un
narcotraficante mexicano (Joaquín "el Chapo" Guzmán). Eso ¿es para reírse?, ¿para llorar? o más bien, nos debería llevar a cuestionarnos
sobre lo que está sucediendo en nuestra sociedad, donde lo más importante al parecer es el
dinero y el poder, no importa quién lo tenga, ni de donde provenga, el único
objetivo es poseerlo.
Lo
cierto es que algo está pasando y muchos prefieren no ver, la sociedad se
siente impotente, ante tanta impunidad, ante la falta de sensibilidad y de
apoyo para las víctimas de delitos, que al final se sienten sin el derecho a
decir ya basta, ya no más, se sienten aplastados por un mundo lleno de
violencia, de represión, de discriminación…
A la gente se le ve cansada de largas jornadas de trabajo, viajan horas
todos los días para cumplir con una rutina sin sentido. Ahora el vivir se ha
convertido en sobrevivir, ya no existe en el hombre una motivación interna,
ya no espera disfrutar el fruto de lo
que hace, vive el aquí y el ahora, efectivamente, pero un aquí violento y un
ahora sin esperanza. Luchar en nuestros días se ha convertido en parte de lo
cotidiano, en una pugna para obtener un lugar en el mundo, cuando se ha
olvidado que por el simple hecho de “ser”
en el sentido de Heideggeriano (Dasein) se “es” desde que somos arrojados en el
mundo. Pero eso se ha olvidado, “puesto que en la actualidad no se es nada, si
no se posee nada”.
Es
por eso que al menos en nuestro país, muchos optan por huir y con la esperanza
del sueño americano, lo arriesgan todo, hasta la vida misma, piensan que es la
única oportunidad que tienen para “tener una vida digna”, pero la mayoría lo
único que recibe es discriminación y violencia. Lo escuchamos todos los días en las noticias:
“Se
ha torturaron a un hombre con toques
eléctricos”,
“Le dispararon a un menor,
“Se aprueba ley que favorece la discriminación
en Arizona”.
Hasta
aquí solo por mencionar algunos eventos, pero ¿qué es lo que hacen las autoridades, el gobierno, los medios de comunicación,
el pueblo o incluso, nosotros como audiencia ante esto? Se dice mucho, se
reflexiona, pero en realidad no se hace nada.
El
problema real es que la sociedad y el hombre están paralizados, lo que existe
hoy en el hombre es un “quebrantamiento de
la fe que trae consigo una sed de venganza y sed de sangre arcaica”, términos que Fromm designó para dos de los
tipos de violencia que tuvo a bien describir en “El Corazón del Hombre”(2).
Para
Fromm el quebrantamiento de la fe
consiste en que “la fe en la vida, en la posibilidad de confiar en
ella, de tener confianza en ella, se pierde”. Esto tiene consecuencias graves en el individuo pues
empieza a odiar la vida y por ende a destruir cualquier cosa relacionado con
ella.
De esta forma podemos ver que en el hombre actual efectivamente existe
una pérdida de la fe, pero entiéndase aquí, no es en la fe que se conoce en la
religión, es la pérdida de la fe en él mismo y por la vida misma. ¿Cómo se puede tener fe cuando se vive
inmerso en una sociedad en donde la educación (aparentemente laica), educa al
individuo para alienarse con el mundo, en donde lo que menos cuenta es la
creatividad y sobre ella se instauran las reglas morales y los
convencionalismos, en donde no se es libre ni siquiera de decidir por una de
las cosas más personales en la vida de un individuo, que es la elección sexual?
Es decir, desde muy pequeño se le educa al niño para
cumplir con cierto rol que le corresponde dentro de su grupo, (llámese
grupo de católicos, protestantes, musulmanes, etc.),
muy pocas veces se toma en cuenta lo que el niño quiere realmente, no se está atento a lo que su ser expresa, mucho menos se le estimula, si desde pequeño
quiere ser un gran deportista, músico, literato o lo que sea que no esté dentro
de lo convencional, los padres llevan al niño a realizar otra elección
como ser médico,
abogado o contador (no digo que
sea una mala elección esta carreras, sino habló de aquellos casos en que no
fueron elegidas por voluntad propia). Regresando
a la idea anterior, es mejor que el niño pida que
quiere estudiar ese tipo de carreras que lo
van a hacer pertenecer a un cierto circulo social, porque los padres suelen pensar que es el único. También
puede ocurrir otra situación en donde los padres quieren que sus hijos realicen sus propios sueños, los sueños que ellos cuando eran
jóvenes no
alcanzaron, ni lograron.
Esta es una de las muchas formas en las que se quebranta la fe
originaria en el amor, en la veracidad y en la justicia en palabras de Fromm,
para quien la sed de sangre arcaica:
“No es la violencia del impotente; es la sed de sangre del hombre que aún está
envuelto en su vínculo con la naturaleza. La suya es la pasión de matar como un
modo de trascender la vida, por cuanto tiene miedo de moverse hacia delante y de
ser plenamente humano”.
Lo que encontramos en el campo clínico, es con personas que a
través de la fantasía se crean un mundo alterno, que les permite expresar todo
el odio y enojo que tienen dentro y que les ayuda a no caer en la locura de no
hacer nada, hay quienes por el contrario deciden vengarse de la vida que les ha
negado la felicidad y deciden llevar a cabo la violencia, llegando literalmente
a matar, y los que no encuentran ninguna
otra vía, optan por la locura. Es tanta
la agresión, que terminan por volcarla
sobre sí mismos, lo que los lleva manifestar enfermedades como la depresión, en
el mejor de los casos a la ansiedad, o bien, hasta cuadros psicóticos, y un
sinfín de enfermedades.
Lo cierto es que este es el mundo en que vivimos ahora, en donde
el hombre para sentirse adaptado tiene que alienarse, o enajenarse en términos de Fromm. Pero tenga el nombre
que tenga, lo cierto es que, es el resultado
de un gran miedo, e impotencia, en donde el hombre ya no es más hombre, sino,
sólo una máquina creada para seguir instrucciones, a la que se le prohíbe
pensar y sólo se le permite trabajar de manera monótona. No se requiere más de
su habilidad para buscar el conocimiento, porque el conocimiento lleva a la
verdad, y eso no es válido para quienes tienen
el poder.
El
hombre de nuestro siglo, ha sido domesticado dentro un mundo capitalista, en
donde poco importa voltear a ver al otro. Un hombre desinteresado en sí mismo, y
por lo tanto desinteresado en los demás. El amor se ha convertido en algo mercantil,
donde la frase perfecta de hoy es: “dime
cuántos quilates me quieres”… el amor se ha convertido también en el
festejo de un solo día, y se ha olvidado que los 364 días restantes también
puede estar presente, pareciera que tiene que haber una justificación para
consumir, para caer en la oralidad y
seguir devorando al mundo material, sin ocuparse del mundo interno, en el
bienestar del espíritu.
No
se busca más el contacto con uno mismo, para qué, si ´podemos contactar a
millones de gente por las redes sociales, para qué ver dentro de uno mismo si
se puede ver la vida de otros, y peor aún, vivir la vida de otros, olvidando
cada vez más que se es un individuo y por lo tanto diferente, con ideas y
sensaciones propias que nos hacen únicos.
De
esta manera es como he llegado a la
siguiente pregunta: ¿qué hace el psicoanálisis en una sociedad como la nuestra?
¿Qué función tendremos los psicoanalistas dentro de un mundo con tanta
violencia, en donde la fe del hombre es casi inexistente? Sería muy triste pensar que el Psicoanálisis
no tiene nada que hacer al respecto, al igual que los psicoanalistas se
quedasen con los brazos cruzados, solo escuchando el malestar del paciente, sin
que importe qué es lo que pasa a su alrededor.
Fromm en su estudio e investigación del
psicoanálisis, rescata al individuo como un ser social, partícipe y parte de la
sociedad, e investiga de una manera profunda las
diferentes formas de violencia con las que el ser humano responde a su entorno.
En su libro de Anatomía de la destructividad humana, describe dos tipos de
agresión, la benigna y la maligna (3). Es cierto que ambas las podemos
encontrar en todos los individuos, sin embargo, todos somos testigos que en esta
sociedad globalizada, el tipo de agresión que más predomina es el
maligno, o es que ¿no nos acercamos cada vez más al síndrome de decadencia?, ¿nos
hemos dado cuenta que el sadismo y la necrofilia son los principales actores en
este momento?
A
manera de respuesta Anthony Giddens nos dice
(1995) “nunca seremos capaces de
ser los amos de nuestra historia, pero podemos y debemos encontrar maneras de
controlar las riendas de nuestro mundo desbocado…Vivimos en un mundo de
transformaciones que influye de forma determinante a todo lo que hacemos. Para
bien o para mal nos vemos propulsados a
un orden global que nadie comprende del todo, pero que hace que todos sintamos
sus efectos” (4).
Efectos
que como analistas observamos todos los días. Si ponemos atención a lo que los
pacientes nos refieren, sobre todo pacientes jóvenes que se encuentran por
terminar la carrera, se enfrentan a una sociedad que es como “una madre
devoradora” que no los deja ser libres, ni respirar, tienen que cubrir con
altos estándares para poder tener un empleo. Pierden el derecho a tener vida
propia y ganan el derecho de tener un sueldo fijo pero miserable y sin
prestaciones. Muchos de ellos, se conforman, dejan caer las manos y piensan que
en algún momento podrán estar mejor, otros se indignan pero al final terminan
alienándose a los demás y perdiendo la fe. Ante, la terrible derrota y la
aparición de los síntomas, todos buscan salidas, llámese alcoholismo,
drogadicción, sexo desenfrenado; o bien, unos pocos deciden buscar ayuda, ya
que no conciben vivir en un mundo capitalista, con lo que podrían obtener en
términos monetarios, haciendo lo que realmente les gusta. Renuncian antes de
intentar, pero ¿cómo ayudar a estas personas en quienes al final, el problema
fundamental, es la falta de amor, de confianza en sus potencialidades, la falta
de fe en sí mismos y ante la vida?
La
tarea que nos queda, no es cosa sencilla, ya que lo que podemos hacer dentro
del campo clínico, y de lo cual somos responsables es entablar un compromiso con
los pacientes y llevarlos a la recuperación de eso que han perdido, el “amor hacia sí mismos” de que reconozcan su
propia existencia en el mundo y por lo tanto recuperen el amor y el
reconocimiento por el otro, lo que al final se manifieste en un sentimiento de
biofilia”…Esto es lo que a mi parecer, podemos intentar dentro de un mundo que
se dirige cada vez con más fuerza hacia lo necrófilo, lo etéreo, lo
desvitalizado.
Siguiendo
ahora la teoría de Zygmunt Bauman (1925-2005), quien en su libro
“Amor Líquido”, expresa claramente que: “amar al prójimo no es un
ingrediente básico del instinto de supervivencia, pero tampoco es un
ingrediente básico el amor a uno mismo como modelo del amor al prójimo”. Para
Bauman es crucial “ser objetos dignos de
amor” ser reconocidos como tales y
de que nos den la prueba de ese reconocimiento…
para sentir amor por uno mismo necesitamos ser amados.
Desde
esta perspectiva, el psicoanalista dentro del proceso analítico, puede tener la
función de amar al otro, aceptarlo y reconocerlo, a través de la neurosis de
transferencia. De tal forma en que el individuo reconozca su propio valor y
rescate a su “propio ser genuino” (C.
Bollas) y de esta manera explote al máximo sus potencialidades y rescate lo que
había dejado en el olvido, recuperando la renuncia que había hecho de sí mismo.
Identificando desde qué momento se comienza a
coartar la libertad de ser uno mismo, así el analista, representando a ese
objeto que como ya se ama, y se siente digno del amor del otro, tiene la
capacidad de regresar ese amor por sí mismo y reflejarlo en su paciente.
Finalmente, podemos
reconocer que existe una necesidad
de que los psicoanalistas no olvidemos
reflexionar con mayor profundidad, este tipo de fenómenos.
Hay que dejar de ser observadores pasivos y partícipes del mismo círculo
vicioso, y recordar que el psicoanálisis es
una opción para que el individuo recupere la fe. Acompañando a los
pacientes en las situaciones que provocan su ira, la
ira contenida ante las injusticias que los aquejan, tratando de que la “sed de venganza” a
través del entendimiento y la solución de su enojo los lleve de una manera productiva no solo a sublimar,
sino que a través del encuentro consigo mismos logren la trascendencia de su sí
mismo.
De
esta manera podemos ver que el psicoanálisis no solamente se ha adaptado a la sociedad, sino que aún
tiene mucho que aportar, ya que como
bien sabemos, el psicoanálisis humanista no solo percibe al individuo como un
ente independiente de su entorno, sino como un ser que está inmerso en una
sociedad, y como tal, puede influir en ella así como la sociedad influye en su
propio desarrollo.
Por
lo tanto en la medida en la que hagamos recuperar al individuo el entusiasmo
por lo vivo, o como Fromm lo llama su parte “biofilica” logrará impactar en su
actitud hacia la vida, y es más, los hará sentirse liberados de todas las
ataduras que no les permiten avanzar, y los hará individuos capaces de resolver,
entender y manejar su neurosis. En el
psicoanálisis humanista no solo se trata de que el individuo entienda su
patología, sino que haga algo, que crezca emocionalmente, que actúe en contra su propia deformación
ideológica y de esa manera recupere el amor, la fe por sí mismo y logre la
trascendencia en la vida.
Bibliografía
·
Peter, Sloterdijk.
Ira y tiempo. España (2010) Ed. Siruela p. 59.
·
Fromm, Erich. El
corazón del hombre. México vigésimo sexta edición (2006). Ed. Fondo de cultura
económica. P. 25, 31.
·
Fromm, Erich. Anatomía
de la destructividad humana. Buenos Aires Argentina (1975). Ed. Siglo XXI. P.
191-212
·
Giddens, Anthony. Un
mundo desbocado. México (1999) Ed. Taurus pensamiento. P. 17, 49-59.
·
Bauman, Zigmunt. Amor
líquido. Buenos Aires Argentina (2005) Ed. Fondo de cultura económica. P.
107-109.
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